MANOEL DE OLIVEIRA
Sin lugar a dudas, personalidades como la de este
cineasta nos enseñan que uno puede ser seguir trabajando en aquello que ama
hasta el final de sus días, ya que pese a tener 105 años, el pasado abril este
cineasta empezó a rodar su próximo proyecto cinematográfico. Sin lugar a duda,
un humano digno de admiración por su vitalidad, pasión por el cine y su
contribución a la humanidad en el campo del cine, por sus más de 85 años en la
profesión desde que debutara en el 1928 como actor. Ojala, haya el mundo estuviera
poblado de mucha gente, ya que lo haríamos un lugar mejor:
“Director de cine portugués. Nacido en
una familia de la burguesía industrial, desde niño se sintió atraído por el
cine. Durante su formación, en el Colegio Universal de Oporto y posteriormente
en el Colegio Jesuita de La Guardia, en Galicia, ganó notoriedad como
deportista, pero a los veinte años se matriculó en la Escola de Actores de
Cinema junto a su hermano Casimiro, y ambos debutaron como figurantes en el
filme Fátima Milagrosa (1928), de Rino Lupo. Dos
años después ya disponía de una cámara Kinamo y, aunque continuó con su trabajo
de actor, filmó su primera película muda, Douro, Faina Fluvial (1931). Tres años después rodó la
versión sonora, que estrenó en el V Congresso Internacional da Crítica; su
insólita estructura formal y la lentitud en la acción provocaron encendidas
reacciones de rechazo de sus compatriotas y elogios de los críticos
extranjeros. Un fenómeno que se repetiría a lo largo de su prolongada
trayectoria. En 1940 se casó con Maria Isabel Brandão Carvalhais y comenzó a
repartir su tiempo entre la explotación de los viñedos familiares, en Oporto, y
todos los oficios del cine. En 1942 realizó su primer largometraje, Aniki-Bobo, y durante esa década y la siguiente
estableció su modus operandi de rodar de forma alterna cortos y largometrajes,
documentales y adaptaciones literarias. A
mediados de la década de 1960 y a partir de los festivales franceses e
italianos llegó su consagración internacional, y con O passado e o presente (1971), su filmografía comenzó a
acumular galardones y su prestigio se acrecentó con cada uno de sus títulos: Amor de Perdição (1978), Francisca (1981), Los caníbales(1988), La divina comedia (1991), El convento (1995), La carta (1999), Palabra y utopía (2000), La vuelta a casa (2001), Porto da minha infância (2001). Se puede decir que la obra de Manoel de
Oliveira está dominada por el teatro, al tiempo que convierte al espectador en
engranaje fundamental en la concepción de sus historias visuales, al que hace
partícipe de lo que desea contar y al que provoca con estructuras narrativas
aparentemente redundantes pero bien organizadas (quizá en exceso para muchos de
esos espectadores). Sorprende ver a muchos de sus personajes hablándose sin
mirarse o, por el contrario y como complemento, mirar directamente a cámara
como queriendo llegar al patio de butacas.
La atención viene, además,
reclamada por la siempre necesaria (así lo considera la estructura de Oliveira)
voz en off, textos que pueden ser apuntes, sugerencias,
interrogantes, motivaciones, mensajes repletos de sensibles reflexiones. El cine de Oliveira (quizá el más
importante director de cine luso) es un cine del alma, y quizá al hablar del
espacio de los sentimientos se esté apuntando una singularidad que sorprende en
el seno del cine portugués y europeo, sobre todo por su escasez. Su veteranía
no le ha impedido sortear, a lo largo de su vida, todo tipo de obstáculos que
quisieron poner freno a una creatividad sorprendente”
(Biografías y Vidas, 2014)
PAVARE
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